Fue en los países más civilizados de Occidente durante la segunda mitad del siglo XIX, donde y cuando el más descarnado racismo fraguó, maduró y se desplegó sobre los pueblos de origen no europeo. Y a tal punto se asentó y consolidó que, para la inmensa mayoría de la población educada, llegó a ser el resultado lógico de una verdad demostrada por las ciencias naturales más avanzadas de la época.
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