Hace algo más de un siglo, el médico norteamericano Duncan MacDougall descubrió, tras mucho pensar y mucho pesar, que el alma humana, de la que se han ocupado gruesos y sesudos libros desde la antigüedad, pesa alrededor de 21 gramos.
Para llegar a esa conclusión el señor McDougall realizó una ancha, vasta y profunda investigación, que consistió en lo siguiente: Trasladó sus bártulos a una residencia de ancianos, seleccionó a seis personas moribundas, las pesó antes de morir en una cama-báscula que él mismo fabricó, las volvió a pesar tras el óbito, deceso o defunción y comprobó que los finados habían perdido 21 gramos arriba o abajo. Ese era lógicamente, según el médico, el peso del alma.
Para llegar a esa conclusión el señor McDougall realizó una ancha, vasta y profunda investigación, que consistió en lo siguiente: Trasladó sus bártulos a una residencia de ancianos, seleccionó a seis personas moribundas, las pesó antes de morir en una cama-báscula que él mismo fabricó, las volvió a pesar tras el óbito, deceso o defunción y comprobó que los finados habían perdido 21 gramos arriba o abajo. Ese era lógicamente, según el médico, el peso del alma.
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